Parecía el día soñado para volver a tomar el pulso a Europa. Nueve victorias consecutivas y las dos últimos goleadas invitaban a enfriar el cava en vísperas al partido entre dos históricos de Europa, Real Madrid y Liverpool. El prepartido en los alrededores del Santiago Bernabéu era inmejorable. Se volvía a respirar un aroma de partido grande. La gente caminaba hacia el campo con una sonrisa y un brillo especial en los ojos. Había llegado la hora. Volver a empezar, otra vez.
La salida al cesped de ambos púgiles, cada uno en su correspondiente esquina, terminó por encender la vela de la tarta europea. El Bernabéu rugía, los ingleses vitoreaban a Torres y al bueno de Benítez. Hasta algunos de los allí presentes nos sentíamos un poco del otro lado del ring, donde admirábamos de reojo la pureza y la pasión de las voces de los casi dos mil ingleses allí presentes. Todo fue emocionante hasta pocos minutos del inicio del partido. El Bernabéu instaba al Madrid a encerrar al Liverpool contra las cuerdas y ofrecer el primer golpe de la velada. Como en los viejos tiempos, preciada memoria. Pero Juande y Benítez tenían otro combate preparado, de pizarra, de ajedrez.
El Madrid desaprovechó el primer bonus de su público y se fue diluyendo con el paso de los minutos. Sin apuros, a excepción de dos envites de Torres y Benayoun, pero sin ansia de victoria. Y eso, al que se presupone rey de los reyes, denota un síntoma de debilidad y conformismo impropio del escudo que defiende. Así pasaron los minutos, uno tras otro, sin noticias de aquí o allá. Con un ambiente frío que se ganaron los propios jugadores, Benayoun terminó de congelarlo a falta de pocos minutos para el final con el 0-1. Tanto que venía precedido de una falta infantil de Heinze, cuyos arrebatos de genio debería medir para mejores menesteres. Ahora de nada vale llorar. Próxima parada, Anfield. A la espera del milagro. La historia y el escudo lo merecen. ¿Podemos?
La salida al cesped de ambos púgiles, cada uno en su correspondiente esquina, terminó por encender la vela de la tarta europea. El Bernabéu rugía, los ingleses vitoreaban a Torres y al bueno de Benítez. Hasta algunos de los allí presentes nos sentíamos un poco del otro lado del ring, donde admirábamos de reojo la pureza y la pasión de las voces de los casi dos mil ingleses allí presentes. Todo fue emocionante hasta pocos minutos del inicio del partido. El Bernabéu instaba al Madrid a encerrar al Liverpool contra las cuerdas y ofrecer el primer golpe de la velada. Como en los viejos tiempos, preciada memoria. Pero Juande y Benítez tenían otro combate preparado, de pizarra, de ajedrez.
El Madrid desaprovechó el primer bonus de su público y se fue diluyendo con el paso de los minutos. Sin apuros, a excepción de dos envites de Torres y Benayoun, pero sin ansia de victoria. Y eso, al que se presupone rey de los reyes, denota un síntoma de debilidad y conformismo impropio del escudo que defiende. Así pasaron los minutos, uno tras otro, sin noticias de aquí o allá. Con un ambiente frío que se ganaron los propios jugadores, Benayoun terminó de congelarlo a falta de pocos minutos para el final con el 0-1. Tanto que venía precedido de una falta infantil de Heinze, cuyos arrebatos de genio debería medir para mejores menesteres. Ahora de nada vale llorar. Próxima parada, Anfield. A la espera del milagro. La historia y el escudo lo merecen. ¿Podemos?
Foto: Marca.com