Resulta tarea complicada describir con puño y letra todo lo que ofreció el Barça en el Santiago Bernabeu. Un homenaje al fútbol. A la excelencia hasta entonces no escrita. Una venganza que habían prorrogado desde la llegada de Juande y que culminaron con un K.O. técnico majestuoso. Un regalo a la vista para cualquier aficionado a este deporte, porque anoche, merengues y culés, se rindieron ante el mejor equipo del mundo. El buen fútbol y la calidad se impusieron a la fe, a la casta, a lo imposible. Esos valores que han representado al madridismo a lo largo de su historia, pero que a su vez han ido acompañados de los mejores jugadores del mundo. Y en Chamartín han conseguido resucitar el espíritu. Ahora sólo falta desempolvar los cuerpos.
El Barcelona fue simplemente brillante. Simplemente fútbol en estado puro. Once jugadores que juegan de memoria, sabedores de unas virtudes explotadas por un Pep Guardiola que parece haber descubierto un nuevo deporte. O al menos, eso pareció anoche desde mi segundo anfiteatro. Todos corrían, todos se apoyaban, todos luchaban a la vez que manejaban el balón cosido a la bota. Los allí presenten nos mirábamos incrédulos ante tanta superioridad aplastante. El Madrid era un juguete en manos de un niño con ansia de títulos. Con ganas de hacer historia. Y va camino de ello. Después de estos dos últimos años, es cierto que el fútbol les debe una. O dos. O tres...
Y del Madrid prefiero no hablar. No sería justo. El discurso es exactamente el mismo que el día del Liverpool. Cuando un equipo es infinitamente superior al tuyo todos parecen menos de lo que realmente son. Sergio Ramos salió pitado acusado de fallar en tres de los goles del Barça, y fue autor de un tanto y asistente de otro. Lass, en su único despiste desde su llegada, regaló otra ovación a Leo Messi. No se puede medir el rendimiento individual cuando hay en frente un colectivo como el de anoche. Ahora toca reflexionar y pensar. La casta y las heroicidades son necesarias y aplaudidas, deben ir siempre ligadas a la historia del Real Madrid. Pero hace falta algo más. Al menos, para volver a ser los más grandes.
El Barcelona fue simplemente brillante. Simplemente fútbol en estado puro. Once jugadores que juegan de memoria, sabedores de unas virtudes explotadas por un Pep Guardiola que parece haber descubierto un nuevo deporte. O al menos, eso pareció anoche desde mi segundo anfiteatro. Todos corrían, todos se apoyaban, todos luchaban a la vez que manejaban el balón cosido a la bota. Los allí presenten nos mirábamos incrédulos ante tanta superioridad aplastante. El Madrid era un juguete en manos de un niño con ansia de títulos. Con ganas de hacer historia. Y va camino de ello. Después de estos dos últimos años, es cierto que el fútbol les debe una. O dos. O tres...
Y del Madrid prefiero no hablar. No sería justo. El discurso es exactamente el mismo que el día del Liverpool. Cuando un equipo es infinitamente superior al tuyo todos parecen menos de lo que realmente son. Sergio Ramos salió pitado acusado de fallar en tres de los goles del Barça, y fue autor de un tanto y asistente de otro. Lass, en su único despiste desde su llegada, regaló otra ovación a Leo Messi. No se puede medir el rendimiento individual cuando hay en frente un colectivo como el de anoche. Ahora toca reflexionar y pensar. La casta y las heroicidades son necesarias y aplaudidas, deben ir siempre ligadas a la historia del Real Madrid. Pero hace falta algo más. Al menos, para volver a ser los más grandes.
1 comentario:
no hay palabras... visca barsa¡¡¡
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