Nadie va a discutir a estas alturas la calidad y la clase del '14' del Real Madrid. Pero José María Gutiérrez 'Guti', una de las últimas perlas de la cantera blanca, parece haber llegado a su madurez futbolista con muchos deberes aun por hacer. Un jugador diferente, de último pase, capaz de lo mejor y de lo peor. Sólo un problema: este Madrid no está para muchos riesgos, y con el canterano sobre el césped el equipo asume demasiados.
El pasado domingo en Almería, con un fútbol ramplón todo sea dicho, el Madrid parecía tener amarrado un partido de los que no se recuerdan a final de temporada por su brillantez pero, sin lugar a duda, a la postre otorgan el título. Todo ello hasta que incomprensiblemente Schuster realizara tres cambios con un rival que no había inquietado la portería de Casillas en todo el partido. Uno de ellos fue obligado, el de Pepe, que si el equipo está bien plantado sobre el césped, ¿por qué cambiar la columna vertebral?.
Retiró a Higüaín, renunciando al ataque cuando quedaban muchos minutos por delante. También a Sneijder, cuyo trabajo en el centro ayudaba a un Diarrá que tenía que multiplicarse en tareas defensivas. Por él entró Guti, con más pena que gloria, cabizbajo y con los brazos encogidos, mostrando una apatía impropia de un profesional que defiende la elástica blanca. Un partido para arrimar el hombro y sudar, y no lucir pases imposibles de cara a la galería. Sus tres primeros balones fueron a parar a los pies del contrario, cuando su entrada en el campo presagiaba mayor control del esférico y del partido. El equipo se desinfló y perdió consistencia. Partido roto. La tragedia estaba escrita. Se empató y se pudo perder. Más que nunca, la eterna promesa.
El pasado domingo en Almería, con un fútbol ramplón todo sea dicho, el Madrid parecía tener amarrado un partido de los que no se recuerdan a final de temporada por su brillantez pero, sin lugar a duda, a la postre otorgan el título. Todo ello hasta que incomprensiblemente Schuster realizara tres cambios con un rival que no había inquietado la portería de Casillas en todo el partido. Uno de ellos fue obligado, el de Pepe, que si el equipo está bien plantado sobre el césped, ¿por qué cambiar la columna vertebral?.
Retiró a Higüaín, renunciando al ataque cuando quedaban muchos minutos por delante. También a Sneijder, cuyo trabajo en el centro ayudaba a un Diarrá que tenía que multiplicarse en tareas defensivas. Por él entró Guti, con más pena que gloria, cabizbajo y con los brazos encogidos, mostrando una apatía impropia de un profesional que defiende la elástica blanca. Un partido para arrimar el hombro y sudar, y no lucir pases imposibles de cara a la galería. Sus tres primeros balones fueron a parar a los pies del contrario, cuando su entrada en el campo presagiaba mayor control del esférico y del partido. El equipo se desinfló y perdió consistencia. Partido roto. La tragedia estaba escrita. Se empató y se pudo perder. Más que nunca, la eterna promesa.
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